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Ferrum y Flora, de Federico Assler

POR CAROLINA ABELL SOFFIA

-Arde Troya en la escultura chilena. “”, 1999, de Federico Assler fue arrancada de su lugar en el Parque Llacolén de Concepción, ubicado en  la ribera norte del Biobío, y, en su reemplazo, fue erigido el inaugurado y polémico Memorial penquista del 27F.

-Ningún gobierno -en las últimas cuatro décadas-, ha respetado la escultura de Assler. El tercer “atropello” vulnera públicamente el aporte creador  fundamental del artista. Un trato irreverente que revela graves incomunicaciones, deficiencias y contradicciones entre las instituciones estatales. También muestra la inmadurez e incomprensión cultural de la ciudadanía frente al arte público.
¿Qué es Assler? Suena raro, pero es un tipo de cemento, aunque da lo mismo. Es una maestranza casi centenaria, pero nadie sabe. Es una empresa de calderas presurizadas que tampoco interesa. ¡Es el apellido del último galán de la televisión! Un joven apuesto recién empieza a aparecer en las portadas de algunos medios de comunicación, aunque vamos a lo relevante: ¡Es la conocida firma del escultor  Federico Assler (1929) que ha reclamado derechos por la autoría de sus obras sistemáticamente pasadas a llevar! El perjuicio extremo ocurrió en octubre de 2013. Un trato “aberrante”, según la Sociedad de Escultores de Chile (SOECH),  afectó a “Ferrum y Flora”, 2009, ya que fue arrancada de su emplazamiento en el Parque Llacolén de Concepción, sin aviso ni consulta al autor, a la Comisión Nemesio Antúnez (CNA) ni a otros estamentos involucrados en el parque escultórico patrimonial, ubicado en  la ribera norte del Biobío. La obra, premio a la “Trayectoria”, concedido por la CNA y el Ministerio de Obras Públicas (MOP) -hace 15 años-, fue reemplazada por el polémico Memorial penquista del 27F que fue inaugurado, hace 5 meses, por S. E. el Presidente Piñera.
Assler recibió hace 7 años el Premio Nacional de Arte (PNA) creyendo que ese reconocimiento máximo del país cambiaría algo en su vida creadora, pero no fue así. Es el  mismo galardón que R. Matta despreció muchas  veces,  porque -pensaba- que carecía de significado- y, a juzgar por los hechos de los últimos meses, tenía razón. Si las obras emplazadas en espacios públicos y el PNA  tuvieran un valor gravitante en la cultura chilena, ¿se podría haber faltado el respeto públicamente a F. Assler, por tercera vez? ¿Se habrían omitido explicaciones necesarias para corregir el grave error cometido al desmantelar sin consulta previa al autor y a otros especialistas, reinstalar deficientemente el conjunto escultórico en Concepción? ¿Por qué se decide cambiar un parque patrimonial, realizado con todas las normativas que imponen la ley chilena, y cuyo costo actual superaría los 2 mil millones de pesos? O, en último término,  ¿se pueden quebrantar  los años de trabajo serio de la CNA del MOP como de otras reparticiones estatales vinculadas al tema?

Por eso, Assler -como otros afectados en el caso del Memorial 27F-llega a la misma conclusión que Matta, pues  ¿cuál es beneficio del connotado PNA 2009? ¿Formar comisiones, ir a cócteles, dar charlas y recibir algún dinero? Pesos más, pesos menos, su obra ha sido irrespetuosamente vulnerada desde la institucionalidad gubernamental en tres ocasiones: en Concepción durante el segundo semestre de 2013; a principios de 2010, en Santiago, cuando recibió un recado del ex Ministro Cruz-Coke indicándole retirar -en plazo perentorio y bajo amenaza de demanda- “Acontecimiento Vital”, 2010, instalada temporalmente en la Plaza de la Ciudadanía; y, hace 43 años, cuando creó el pionero conjunto escultórico urbano (con motivo de la reunión de la Unctad III, organizada por el gobierno de S. Allende). Éste quedó aislado del público, hasta hoy, después de 1973 cuando su entorno  (zona del centro cultural GAM) se transformó en dependencias del edificio Diego Portales.
Ningún gobierno -en las últimas cuatro décadas-, ha cuidado su obra patrimonial. Ello explica que, por tercera vez, se vulnere públicamente el nombre, los derechos autorales y el fundamental aporte creador del artista más distinguido del país. El trato es imprudente. Además, revela las graves incomunicaciones, deficiencias y contradicciones entre las instituciones estatales y, al parecer, nada ha cambiado hasta hoy. Ello, sin duda, muestra la masiva inmadurez cultural frente al arte público, ya que los ciudadanos privilegiamos la aprendida receta de la cultura como espectáculo y el bienestar económico.
¿ARDE TROYA?
Ningún terremoto mueve a los centenarios hormigones asslerianos, pero sí alguna grúa inmensa. La operación fue costosa y de alto riesgo. “Ferrum y Flora” (1999), de Federico Assler, fue trasladada -en octubre pasado- desde su pensado lugar en el Parque Llacolén de Concepción sin previo aviso a su autor. Sobre este “atropello” nadie dijo nada. Assler casualmente cuando un contratista lo llamó para hacer consultas técnicas… De inmediato, habló con la CNA del MOP, pero no encontró respuestas. Tampoco sabían, pero reaccionaron -sin éxito hasta hoy- ante tal incomodidad, ya que el costo de ambas piezas fue fiscal. En 2009, su valor ascendió a 38 millones de pesos, cifra que actualmente supera los 180 millones de pesos. “Ferrum y Flora”, de resistente hormigón pigmentado, fue consecuencia creadora del  “Premio Trayectoria” que otorga el MOP a distinguidas personalidades. Sin embargo, ninguna autoridad vinculada al Parque de Esculturas de Llacolén, al Minvu, a la CNA del MOP ni al Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) ha sacado la voz. Ellos, según dicen, tampoco sabían. Entonces, con toda razón, el escultor se quejó al municipio, a la Intendencia y, a través de los medios de comunicación, a todo Chile. Pero… ¡estamos sordos! Aunque la obra fue acomodada en un nuevolugar, sigue hundida y desenmarcada de su contexto original.
 Pasados años del peor atentado al arte público, la esperada respuesta formal sigue siendo un sueño. Mails y llamados, por supuesto, fueron y vinieron. Alguna disculpa telefónica también. Assler sostuvo una conversación negociadora con el Intendente regional de esos días. Sin embargo, aún se extraña una solución real para un asunto público grave y con precedentes. Ni siquiera los jurados (12 personas calificadas según se detalla en las bases y resultados del concurso público del Memorial 27F) han dado su opinión hasta hoy.
De ese modo, un valioso proyecto patrimonial de arte público -cuyas obras se avalúan hoy en 1.800 millones de pesos, sin considerar jardines y otros costos logísticos-, fue prácticamente anulado. Y, más encima, el monumento que lo invadió -“visible desde Google como querían sus organizadores”-, no se sustenta en una la Ley, aunque esta se encuentra para estudio en la Comisión del Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología del Senado y su ejecución fue aprobada por la Cámara de Diputados en 2010.
En ese escenario, es válido preguntar: ¿le faltó información al jurado -arquitectos, artistas y otras autoridades lideradas por S.E. el Presidente Piñera-, cuando accedieron a que el proyecto ganador del concurso público se erigiera en ese sitio ocupado?
Es fundamental definir: ¿quién fue responsable de que el Memorial 27F  -que rompió la escala del Parque Llacolén, entre otros aspectos técnicos-, excediera el área definida para éste y los presupuestos establecidos en el concurso, pues ambos aspectos son inaceptables para cualquier organismo administrativo estatal.
En el Estado de Chile, según la normativa vigente que rige -por ejemplo- a la CNA-,  solo se admite que la autoridad competente autorice que el levantamiento de una obra pública exceda hasta el 35% del presupuesto inicial, siempre que existan fondos disponibles, hecho del que ninguna autoridad se hace cargo.
Otra arista de la mayor transgresión contra el arte público en Chile es el accionar cohesionado de la SOECH que, décadas pasadas, Assler presidió. La organización lo apoyó tal como a los demás afectados. Su directiva manifestó desacuerdo, a través de una carta pública y otra dirigida al CMN que tampoco trascendió. Así, mientras siguen transcurriendo los años, un nuevo Monumento Nacional, el penquista Memorial 27F, se erigió con un sobre presupuesto mayor al  526% aproximadamente. Su costo inicial estimado en 380 millones de pesos -según informaciones públicas- superó los 2 mil millones de pesos. En suma, el Estado de Chile gastó cerca de 4 mil millones de pesos dejándonos sin un relevante parque patrimonial. Y, en su lugar,  elevó un nuevo e imponente monumento nacional que mantener.
Los ciudadanos afectados, ¿dicen o hacen algo? Nada. Parece que todavía somos una sociedad indolente y sin conceptos culturales arraigados. En pleno siglo XXI, ello hace peligrar el valor incuestionable de los bienes heredados del pasado que también tenemos el deber cívico de proteger: el Patrimonio Cultural.
Un archivo, una escultura y una canción son bienes  patrimoniales. Su naturaleza es diferente, pero son parte valiosa del pasado. Y, por eso,  existen dos grandes vertientes del patrimonio: Natural o Medioambiental y Cultural o Histórico. Esos bienes, muebles o inmuebles (inmateriales), de acuerdo a su área de gestión específica, constituyen patrimonio: arquitectónico, arqueológico o artístico, etcétera. En ese contexto, es fundamental que la ciudadanía asuma y cumpla sus deberes frente a las administraciones que carecen u olvidan reglamentos, ordenanzas o leyes que regulan sus competencias y responsabilidades.
Es tiempo de priorizar estas materias, porque  ¿podemos esperar qué  Assler y su obra interesen al público que está feliz con el centro comercial de Chiloé o con las inmensas torres que cambiaron la belleza del patrimonio natural de Tomé? Los arquitectos callan. Los urbanistas permanecen ocupados proyectando. Los escultores piden razones y las autoridades siguen ca-lla di-tas, pero ¡necesitamos una solución! Pedimos una respuesta. ¡Exigimos (como Condorito) una explicación! Al menos, unas palabras formales que sirvan de consuelo a alguien que ha hecho bien las cosas. Un artista cuya obra resistió el 27F en todo el país. Un hombre, pionero del hormigón, que desconocemos hasta cuándo podrá seguir peleando contra los molinos del poder cultural.
El nombre y la obra de F. Assler (84 años) exceden al espectáculo. Pesan en el arte internacional, porque su apellido es rúbrica de calidad artística y humana y, aunque no lo fuera, el empequeñecedor trato público que ha recibido durante los últimos 40 años, es inmerecido.
Destruir para reinar, es una añeja estrategia que vulnera derechos a diestra y siniestra. Esa acción -hoy pública- debe ser frenada. Es peligrosa e inaceptable. Tan indecente como culpable es quedarse callado frente al ultraje más trascendental de la historia de la cultura chilena.


CAROLINA ABELL SOFFIA

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