Por Carolina Abell Soffia
Afirma Pilar Ovalle
(1970) La mujer-huracán de la escultura chilena actual enfatiza que en arte
“no se puede transar” y reconoce el apoyo de la reconocida
escultora Elisa Aguirre, “ha sido decisivo para mi desarrollo creador”.
Verdes y ocres exaltan en su
rostro. Son ésos, sus ojos vibrantes los que reciben y dan acogida en una casa
casi transparente como ella. Encaramada en la ladera de un cerro con nombre
complicado, la vivienda enfrenta un paisaje de capitalinos relieves. Desde esos
altibajos todos los días, Pilar Ovalle (45 años) observa el escondido mini
valle de Lo Barnechea, junto a sus 7 hijos y al arquitecto Gonzalo Donoso.
Pilar Ovalle (1970) es genuina. Su obra ingresa al arte chileno, entre las
décadas de 1990 y 2000, desplegando esa energía torbellina que la caracteriza.
Esta mujer-huracán de la escultura chilena contemporánea emergió rápido
alcanzando el reconocimiento a una velocidad desacostumbrada en la escena
local. Expone, gasta hoy, en las galerías capitalinas más importantes y pronto
volverá al Museo Nacional de Bellas Artes. El año pasado, viajó a Perú “con la
obra en la maleta”, tal como lo hacía en el pasado cuando vivía en el norte del
país.
Con temprana visión, Pilar Ovalle se concentró en la madera como materia
principal de su trabajo. Vital y “sin meditarlo demasiado”, dice, autogestiona
su ingreso al mundo artístico internacional. Le va bien. Poco a poco, cumple
con encargos nacionales y extranjeros. Y este verano trabajó junto a otros
escultores en el II Simposio de Escultura que organiza otra escultora: Marcela
Romagnoli.
De madera es la obra que, tras su exhibición en el Centro Cultural El Tranque
de Lo Barnechea, será emplazada en el confín de Chile. Así lo hizo el año
pasado en Korea. Allá emplazó una pieza flotante (8 x 15 metros) que se abraza
a un pilar girando en alzada por el espacio interior del hall principal del
importante “Art Center Icheon”, en Icheon.
-¿Agotada?
-No,
fascinada. Creo que mi obra es como un canto que entregar. Es para compartirla,
para comunicarla como la vida.
COMO
SI FUERA ALEMANA
Pasión y movimiento la identifican desde la niñez en Santiago y, después,
cuando iba a los colegios Villa María y Las Teresianas considerando que antes,
su padre decidió quebrar los hábitos chilensis para llevar a su madre y a sus tres
hermanas, a vivir a Estados Unidos. “Ir a varios colegios y hacer propia otra
lengua, entre otras experiencias vitales. Procesos fundamentales para
desarrollar la resiliencia, la resiliencia y la resiliencia que me ha permitido
levantarme”, aclara.
Flexible y, consciente (desde antes de los 11 años) de las habilidades que la
hacían feliz, siguió adelante en el camino del arte. La sensibilidad materna,
junto a una memorable relación infantil con su padre, le permitieron
desenvolverse en danza, gimnasia y manualidades. “En todo era buena. Las
profesoras se encantaban y me ayudaban… ¡Me fascinaba aplicarme a esas
tareas las tardes completas!”, recuerda. Luego, prosiguió dueña de “una
disciplina férrea, porque soy ‘matea’ para mis cosas, ¡como si fuera alemana!”,
comenta risueña.
El paso por el extinto Instituto de Arte Contemporáneo (IAC) capitalino que
funcionó en la década de 1980 (Plaza Mulato Gil de Castro), le permitió tener
cerca, entre otros profesores, a Elisa Aguirre. Ella fue clave. “Con su amor
por la enseñanza y, por eso, postergando su tiempo de creación propia, me
impulsó. Y yo, con ansias de saber y de hacer, continué”. Después, motivada por
el profesor y escultor Gaspar Galaz, indagó la escultura en fierro. Y, tras un
año en la PUC, optó por la madera.
Entonces, su vida nortina transcurría aparejada a una dedicada maternidad, pero
“el arte era también impostergable”, acota. Por eso recurrió a la creatividad.
“¿Madera?, ¿allá?, ¡era imposible! Me conseguí cortes de barracas, desechos y
comencé a trabajar con uniones”. Las ansias por conocer técnicas antiguas y
artesanales fueron un desafío permanente para conocer árboles y maderas
disponibles. Los mundos del mueble y de la ebanistería junto a la admiración
por el quehacer del luthier como, también, de otros artistas, la
condujeron -poco a poco- a conquistar un oficio extraordinario. Necesitaba
conocer su materialidad profundamente y, lo hizo. Más de 200 obras y, sus manos
carpinteras, lo revelan hoy.
-¿Cuál
fue la fórmula para conseguir tu meta?
-Trabajo,
trabajo y más trabajo.
¿AUTODIDACTA?
Siguió con el arte y la maternidad. Luego, regresó a Santiago y sobrevinieron
cambios de casa y taller. Afrontó una nueva realidad sola y con “los
niños bien chicos”. Así, con fuerza de columna pétrea, superó el cáncer.
Sin dejar de estar centrada en la escultura siguió adelante, porque allí
“encuentro felicidad. Hacer escultura es como un canto que, en la vida, se debe
compartir”, añade.
-¿Te
pesó alguna vez ser casi autodidacta?
-No.
Siempre me dio lo mismo no haber estudiado. Mi afán por conocer las técnicas
fue para conocer la materia de mi obra. Solo para poder cubrir esa necesidad
enorme con un imaginario evocativo y resistente. Tenía furor por aprender para
sacar adelante mis piezas. Busqué caminos metodológicos a través de libros. Me
nutrí de los conocimientos de la carpintería japonesa e inglesa, de la chilota
y de artesanos boteros… De allí en adelante, seguí inventando -por ejemplo-,
cómo unir pedazos chicos de madera sobre lino o crear cuerpos con
ensambles.
-A
los 20 años, ¿cómo definiste tu camino?
-Fue
clarísimo y conté con el apoyo de profesores del IAC, sino me podría haber
perdido como muchos. ¡Fue genial! Me ayudaron a ganar la libertad que me
permitió despegar. Muchos jóvenes como yo se perdieron por no saber cómo usarla
y, otros, por falta de resonancia en el ambiente que, en esos años, estaba muy
influido por el arte abstracto. Este trabajo es absolutamente interior y obliga
a transgredir la tendencia propia de luchar por una nota, porque ¿cuánto dura
eso? También fue muy, pero muy, importante tener muy buenos maestros en la
vida.
-Tu
obra, en los ‘90, ¿nació como huracán de emociones?
-Sí.
Todo es una emoción, sonríe. A partir de ellas entendemos y no al revés. La
emoción es anterior a la razón. Cuando partí todavía estaba la idea bohemia del
arte. Yo era muy distinta, necesitaba máximo orden, máxima disciplina y
rigurosidad. No podría haber creado en el caos.
-El
trabajo más espontáneo, ¿quedará atrás?
-En
un principio, sacaba la madera de ríos, recolectaba trozos podridos del
bordemar y reciclaba despuntes. Mi escultura partió así, desde lo más mínimo.
Con eso armé mi puzzle. Finalmente, estuve 15 años trabajando así, porque era
la única posibilidad que tenía de vincularme con ella y ¡era gratis! No tenía
infraestructura ni nadie que me enseñara, entonces, busqué. Todo nació por una
necesidad interior muy fuerte. Después de apropiarme de este material, me di
cuenta -solo hace 5 años- que no me he hecho cargo de él todavía, pero lo
haré.
-Eso,
es, ¿buscar la madurez de la obra?
-
Recién puedo permitirme hacer esculturas que no sean vendibles. Es una nueva
etapa. Crear desde esa condición, es llegar a la máxima aspiración.
LO
INTRANSABLE
-La
obra se hace a solas. Has tenido temprano reconocimiento artístico y recepción
comercial, ¿qué es lo que no transarías?
-Aspiro
a tener libertad para seguir. No me interesa estar haciendo esculturas para
venderlas, porque desde que empecé me di cuenta que era ahí donde apretaba el
zapato. Es impensable no transar si necesitas la venta mensual. Para avanzar me
esforcé por conquistar una cierta independencia. La evolución no tiene que ver
con el envase en sí mismo, sino con comprender cómo se trabaja.
-¿Cómo
ves la labor de las galerías hoy?
-Se
han abierto nuevos espacios y hay mayor libertad. Tiene que haber más sintonía
y respeto entre ambas partes, porque el artista no puede ser el empleado del
galerista. Vivimos una situación mucho más global. Y, aunque no nos podemos
comparar todavía con Nueva York ni con Berlín, el escenario ha evolucionado
enormemente.
-Entonces,
¿volverás a exhibir en galerías chilenas?
-
Desde mi tercera exposición, he evitado quedarme en la zona de confort. No
tengo urgencia por exponer, porque no puedo transar mi obra. Consciente de eso,
en septiembre, exhibiré en la Galería A.M.S. Marlborough. Tengo una pieza
abajo, en el otro taller, ¿quieres verla?
Para llegar al subterráneo se bajan dos escalas, se cruza una huerta urbana y
una espectacular terraza hormigonada. ¿Adentro? Ambiente frío, maderas y
máquinas. Obras en proceso, despuntes, pegamentos y… un mesa que construye
-ante su orgullosa mirada maternal- solo y, “con apenas 15 años”, su hijo
menor.
La obra, explica mientras la toca, “alude al hombre, pero respeta la materia”.
Está en ejecución, depositada a lo largo del piso, mientras -en otra amplia
área- arma un volumen con curvas y ligeras sinuosidades inusuales a través de
uniones y ensambles cuidadosos.
De regreso, en el estudio integrado a la casa -blanco, lleno de libretas,
música, libros y esbozos- continúa: “Serán obras de mayor formato. Quiero que
sean más genuinas y plácidas con respecto a la materia, pues nacen de un espacio
de taller más reflexivo donde maqueteo, por primera vez, intentando que
contenido y emoción se equilibren, porque hacer algo bueno con emociones es 10
veces más complicado que entender una idea y sacarla adelante. Ahora, me quiero
hacer más cargo del trabajo escultórico, quiero abordar ese material sin
desvincularlo de su historia. En el escritorio, todo es posible, pero en
el taller es diferente: hay gravedad, el espacio físico es real, mi cuerpo
existe…”.
-El
oficio y el talento evidentes en tu obra, ¿han sido problema?
-Pueden
perderte, pero los necesité para expresarme con la materia, para conocerla
mejor. No podría haber sido de otra forma. Ahora, estoy descubriendo una nueva
etapa y, todavía, tengo mucho que hacer con la madera.
-Tu
creación, ¿es contemporánea?
-Uno
no puede renunciar al material para ser artista contemporáneo. Acudir a lo
nuevo por ser nuevo, es falso. Lo importante es la búsqueda, la exploración de
la obra.
-¿Qué
piensas del arte chileno joven?
-
Veo artistas tratando de ser modernos sin serlo y aceptando un facilismo que se
adueña de ciertos lenguajes que son interesantes, pero que tienen dueño. Veo
otros, haciendo ejercicios de diseño relacionados con lo mediático del
“copy+paste” y adueñándose de técnicas, formas y lenguajes de otros, limitando
así la evolución de su pensamiento.
-La
vida con el arquitecto G. Donoso, ¿en qué ayuda a tu creación?
-En
no temerle a los espacio arquitectónicos. Siento que somos socios. Él me aporta
su sabiduría estructural. Me siento apoyadísima. Antes, no sé cómo logré
emplazar una escultura, de 12 metros, desde un espacio ficticio, sola y sin
arquitecto.

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