Hemos olvidado, a veces, que venimos de la tierra e indefectiblemente
volvemos a ella. Somos tierra desde tiempos prehistóricos y Bíblicos. Somos, en
parte, fango. Barro con alma. Barro con color como la pintura. Tierra
pigmentada y acuosa como la acuarela. Materia viva que, con el transcurso del
tiempo normalmente muta hasta desvanecerse en la misma entraña de este planeta
intervenido, mutilado y que -cada día con más violencia- es exigido por el
mismo ser que lo requiere para existir.
La Tierra, desde donde nacen las materias que Marisol Bertrán ha
escogido para plantear su lenguaje creador, es hoy nuevamente un lugar de
sobrevivencia ya que el hombre desde sus propias ambiciones políticas, eso es,
desmedidos deseos de poder utilitario manifestados a través de
distintas propuestas económicas, sociales, demográficas, limítrofes y/o
geográficas… ha ido quebrando, poco a poco, la espontánea
solidaridad que nos ofreció la milenaria naturaleza cuando empezamos a ser sus
huéspedes.
Hoy, insertos en un contexto teórico de eficiencia multicultural, de
comunicación global y de tecnologías que aspiran la universalidad se rompen las
fronteras, pero también los nexos humanos. Hemos ido perdiendo con escasa
conciencia la relación estrecha del espíritu con la tierra que, en
tiempos idos, nos aseguró:
1. Armonía con el medio
ambiente, a pesar de los desastres que ella misma impone.
2. Alimento que dependió de los
fenómenos climáticos sin esquilmar los suelos.
3. Refugio austero que nunca se
extralimita al ansiado lujo de las sietes estrellas contemporáneas.
4. Religiosidad basada en un
Dios que ofrece un lugar prometido donde no falta nada. Una tierra: un regalo
gratuito (Gén 17,8; 35,12 y Éx. 6; 48) para un pueblo en un “un país bueno, muy
bueno” (Núm. 14,7/ Jue. 18,9).
5. Y, desde el mundo del arte,
un modelo de inspiración-mímesis serena que hoy se sumerge en el “ruido”
y en las exigencias de las demandas más mercantilistas que creadoras,
simbólico-estéticas o espirituales que en siglos pasados también animaron
a los artistas a crear.
6. Reposo a pesar de de existir
en un medio adverso. En la actualidad, las grandes urbes con sus desafíos
poblacionales nos reciben tránsfugos y desenfrenados. Extraviados y
sin ese “cuarto propio” (V. Woolf) fundamental para crear en la
soledad fructífera.
7. También, en ese camino, el
entorno natural ofreció un espacio de reencuentro humano para entrar en la
profundidad espiritual que trasciende la creencia religiosa sectaria que, por
centurias ha llevado también a la destrucción del hombre.
Hay más vínculos con las arenas, piedras, arcillas y aguas de los que
observamos a través de internet o de las imágenes que circulan entre las redes
sociales. Lo anterior nos ayuda también a olvidar que venimos y terminamos en
la tierra. Sería insoportable saber cuán limitada e incierta es nuestra
existencia a cada instante. Actuamos como dueños de todo sin serlo. Eso,
justamente, es lo que Marisol Bertrán -a través de múltiples experiencias
humanas- supo insertar en su trabajo creativo. Ella, con corazón y manos
abiertas, se formó entre dos importantes escultores chilenos: Vicente Gajardo y
Francisco Gazitúa. En sus clases comprendió el valor del oficio y de la
transfiguración de la materia a través de un lenguaje plástico coherente que
solo se logra con trabajo. Tempranamente pudo juzgar sus obras y aprendió
que los resultados de un buen proceso creador siempre retumban. Y que lo mismo
sucede con las prácticas erróneas que –a veces-pueden llegar a vulnerar
la ética y la responsabilidad que todo artista debe conservar
impolutas, aunque el mundo mercantil y las necesidades propias, le indiquen
otra cosa.
Tras décadas de reflexión y vencimiento personal, Marisol Bertrán
reconoce hoy que solo puede ser artista. Su autobiografía sumada a las
experiencias, modelan la necesidad expresiva y, por ende, su léxico plástico.
Así, libre de autolimitaciones antiguas prosigue indagando, con convicción, en
las formas puras de volúmenes térreos funcionales. Es alfarera y ceramista.
Diseña y construye. Educa, asiste, recibe o acoge al más pequeño y al débil de
este mundo: al niño, porque se quita los vendajes para asistir a pequeños
solitarios mientras sus padres corren buscando el poder y la gloria en medio de
este capitalismo desenfrenado que adormece.
¡De qué habla!, piensas. ¡De la realidad! Esa que el artista vive,
porque si la margina corre el riesgo de transformarse en fantasma, en ausente,
en hacedor sin sentido, pues el lenguaje creador emerge en respuesta a las
necesidades interiores que, normalmente son universales y, que, pertenecen a un
ser con nombre, tiempo y condición histórica. Por eso, cuando nadie repara en la
urgente necesidad de contención del ser y, más encima, nos
distraemos al punto de enajenarnos sólo nos queda actuar en el gran teatro del
globo arriesgando la esencia humana. Los adultos y, más aún, los niños
requieren de un refugio, de un nido o habitación. ¡Hasta los muertos las
necesitan! Los ausentes entregaron sus cuerpos yacentes a la tierra
provistos de algún atavío. Claro, los abandonados no. Tampoco los miserables ni
aquellos que convertidos en despojos que llenan fosas comunes de guerras o cementerios
mercenarios.
En ese ámbito, reconociendo el dolor y la esperanza, la tristeza y la
alegría, la muerte y la pos vida, Marisol Bertrán ha construido el
fundamento de una imagen simple, directa, inocente y pura. Cuencos, vasijas y
ollas aluden a ese desamparo humano. Las piezas volumétricas gozan de una
delgadez oficiosa, de una piel tersa y, a veces, más tosca que se integra a
cromías austeras tan terrenales como celestiales. Con barnices de fuego casi
transparentes da contención al líquido de la vida: el agua. También más allá de
la funcionalidad de los objetos y ya pegados en mitades sobre telas
albas, cuestiona la inutilidad de una supuesta condición receptora.
En sus telas adyacentes, genera sutiles y texturadas cromías con
pigmentos acuosos i para plantear la presencia de un nuevo útero: el nido
suramericano. Esta tierra chilena que hoy, como otros territorios del mundo,
acoge a tantos extranjeros. En ese contexto, sus vasijas adquieren
también la función contenedora de las manos del éxodo, de la vida o de
matrices cercenadas, aunque vigentes. Con el vacío y el corte impuestos
reflexiona sobre la maternidad frustrada o detenida como la que muchas mujeres
hemos vivido contra y, en otros casos, a favor de la propia voluntad.
Situaciones inolvidables y horrorosas con las cuales Bertrán establece un
diálogo propio. Un ámbito también común, ya que alude al espacio de contención
-incluso aludiendo al célebre abrazo pétreo de Brancusi-, que también puede
ocurrir en un asiento ó en la cama; en un nido ó en una vasija; en un hoyo ó en
una cueva. En un habitar real o imaginario que goza de cierta claridad y, que,
también se torna ambigüo , ya que en el ámbito bidimensional de la tela
pintada al agua la imagen (ánfora, la olla o el cuenco) se diluye y se
reconstruye -en fracciones de segundos irreversibles- para ser construida con
espontaneidad inocente. Ellas, contendidas en la memoria perceptual y práctica
de su autora presentan ideas contemporáneas. Conectan con conceptos que se
modifican según las propias ideas culturales y, que, en este caso, tienen
cercanía con la vida sencilla, campestre. Con generosas fuentes de cocina,
hechas en arcilla, que también han servido por centurias procurar de
alimento al hogar o albergar aquello que entendemos como sagrado. En fin, ¿qué
es la vida sino una vuelta permanente al hogar? Y, ¿qué es la muerte sino el
regreso al centro de la tierra que es desde dónde surge esa morada cambiante de
fuego, aire y magma?
La creación artística en la amplia dimensión filosófica de la belleza no
trata exclusivamente contenidos o ideas estancas. El arte y, por consiguiente
la belleza (comprendida en su dimensión filosófico-simbólica que elude el
esteticismo apariencial y mercantil contemporáneos) es una experiencia
dialogante entre la pieza creada y el observador. En esa zona íntima, en
aquella doble locución privada entre sujeto y objeto es dónde emerge y se
concreta el simbolismo (polivalente) de una creación cuya base fundamental resulta
de una integración entre forma, contenido y expresión. Aquí no nos podemos
hacer goles ni estafas ya acostumbradas. Tampoco engaños ni trampas, porque qué
dice, cómo, con qué; cuándo, para qué y por qué es la estructura básica que usa
el artista -con mayor o menor acierto- para conformar ese universo léxico
personal que, finalmente, entrega a los hombres que saben ver.
“Arte es Arte. Todo lo demás es todo lo demás”. Esa frase tan
radical y cierta estaba iluminada por afuera de un museo berlinés hace algunos
años. Es cierta. Y, se constata, cuando uno aprecia el esfuerzo que hace una
artista al crear.
En su tardía,
pero primera exposición individual Marisol Bertrán anuncia que la tierra (madre
tierra) está a mano ofreciéndonos vida. Lo que hagamos con ello depende de los
ciudadanos del mundo, pero lo que consiga ella solo pende de su propio
sudor. Sé que continuara, porque ya empezó a focalizar su lenguaje
creador en el terruño tan suyo como nuestro, aunque -a veces- lo olvidemos
agrediéndolo sin piedad. Y, por fin, destrozando ese nido natural-hogar
uterino-cuenco práctico-olla alimentadora… que, pese al progreso,
necesitamos salvaguardar.
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