¿Observar como el escultor? Nunca.
¿Pensar como él? ¡Imposible! Dilucidar aquel proceso creador mudo es una
aventura que apunta a percibir los atisbos ocultos en la obra hecha. Desentrañar
los fundamentos creadores subyacentes en el trabajo de Vicente Gajardo, exige
una revisión visual de avances y retrocesos, tanto iniciales como recientes, para
entrever pensamientos estructurales de su quehacer.
Hacia una visión dialogante, es
necesario precisar que su obra está enraizada temáticamente en la tierra,
entendida como símil del proceso natural de la existencia. En ese sentido, describe
cuatro estados: creación, vida, muerte y
trascendencia. Esto demuestra inquietud por
un trabajo que acota demagogias referenciales tendientes a fortalecer, en
cualquiera de las etapas mencionadas, motivaciones reflexivas que transforman vivencias
en abstracciones. Por ejemplo, ¿cómo universalizar compositivamente el dolor de
las pérdidas humanas? Ante esa cuestión, el escultor crea Rueda, introduciendo una “ventana” en un semicírculo pétreo. Y,
¿cómo representar quiebres humanos devastadores más allá de fenómenos
climáticos? A través del caos entendido como desorden jerarquizado que exige temporalidad
y que, en una misma escena, permite una y otra reconstrucción creativa de vigas
y cubos truncados. Así lo hizo, en términos de estructura compositiva, con las
esculto-instalaciones de 2012 al centrar su interés analítico en la búsqueda
persistente de una composición balanceada. Un espacio, siempre acotado, que se configura
según relaciones constructivo-matéricas que superan la inestable diagonalidad
como recurso común para generar dinamismo.
En los últimos cinco años, Gajardo busca
una solución al conflicto entre la forma móvil y estática. Ignora
metafóricamente el peso de la piedra, y consigue armonía en el desequilibrio
controlado a través de aglomeraciones muy estudiadas. Conjuntos compuestos que
generan desorden graduado, evitando la confusión de aquello que carece de organización.
Gajardo suele crear contrapuntos compositivos categorizados. Evita el caos como
destrucción, pero lo aborda como posibilidad espacio-escultórica ordenada fuera
de los cánones esperados. En ese aspecto, su trabajo (pieza única o compuesta) es
vital y persigue una meta clara: una obra visualmente balanceada. Para eso se
nutre de relaciones compositivas básicas que complementa con estructuras mínimas,
usadas en la construcción arquitectónica (pilar, viga, muro, piso, escalón,
ventana…) que ayudan a replantear variadas soluciones a través de espacios supuestamente
concebidos como habitables. Opta por dar continuidad a las formas primeras que ocupan
el plano tridimensional, aparentando una habitabilidad que inmediatamente niega,
estableciendo relaciones dinámicas entre cuerpos móviles y detenidos (objetos,
seres vivos, edificaciones…) en base a una integración siempre transitoria, fortalecida por la luminosidad natural.
Elabora así esculto-arquitecturas disfuncionales, tal como guaridas naturales,
o misteriosas cavernas hechas para acoger sin anidar.
Forma y Luz
El escultor por medio de maquetas de
arcilla, estudia la plasticidad de las formas. Trasmuta, por ejemplo, una Herramienta desde la imagen referencial
de un arado que también puede aludir a: una interpretación formal del rastrillo
de un jardín, una pala, una cuchara e, incluso, a la forma geométrica de una
afeitadora manual. Así, cruza las fronteras del tiempo, focalizando conceptualmente la esencia plástica del objeto.
Por eso desde su hacer temprano, rodados simplemente intervenidos son
domesticadas Semillas. Una máscara,
formas orgánicas, y, un escudo, Corazas.
Agresivas flechas y hachas de otras culturas, mutan en Clavas.
Centrado el tema, concebida la forma y
ejecutada en el amplio margen de posibilidades, la pieza única desafía al dúo o
la tríada hasta alcanzar su multiplicación. La escultura conformada por la
adición de sus partes, crece en base a módulos idénticos que, en conjunto, son
emplazados en concordancia con la línea térrea horizontal en oposición a la
misma exaltando su verticalidad. Ahora, la obra se elabora con trozos
desbastados, adosados a la usanza de sistemas constructivos tan antiguos como
actuales. En ese acontecer, Gajardo traslada paulatinamente su mirada desde la
pieza única (privada), a la obra instalada en el ambiente exterior (pública).
El contexto urbano, alcanzado con otras dimensiones físicas, centra al artista
en la perspectiva abierta e infinita, integrando cuerpos y miradas a través de Muros también modulares, entre los
cuales la distancia y el soporte adquieren relevancia. Pronto frena. Vuelve a
la escultura única que nos interesa hoy. Entonces, alza grandes masas pétreas
soslayando su naturaleza granítica, a través de contrapuestas áreas naturales
y/o graneadas, que exaltan volumetrías según la recepción de luz natural sobre
la superficie. Poco a poco, reincide en el uso de elementos constructivo-arquitectónicos
(muros, ventanas…) para recrear visualmente esa transitoria relación
interior-exterior.
Reaparecen cortes puros que traen al
presente soluciones arquitectónicas e, incluso, ingenieriles. Mediante reminiscencias
atemporales y desfuncionalizadas, descontextualiza vanos de iglesias antiguas (Hornacina), cajas truncadas (Tránsito) y nichos mortuorios (Chullpas). Posibles edificios en obra
gruesa, canaletas de hormigón, ductos de aguas; cubos llenos y vacíos mutan
hacia supuestos habitáculos, tal como lo fueron las salas centrales (atrios y
aulés) de casas romanas y griegas. La concordancia entre las partes y el todo,
es buscada al extremo en Muro de Luz, donde
logra sintetizar aspectos constructivos de interés para la escultura chilena.
Sin embargo, su mayor conquista radica justamente en hacer de la luz, como en
ninguna obra anterior, un componente fundamental. El paso del día dota al
conjunto urbano de condiciones tan variables como duras o tamizadas sombras que
se generan en el contexto, en el interior de cada uno de los módulos (abiertos
y cerrados) y, en la calidez que provoca la captura luminosa de la porosidad
matérica. Según la hora, el haz luminoso ciega o deslumbra, detiene o anida la
mirada, confluyendo así el contraste entre una realidad íntima que ocurre en el
espacio interior y otra externa o contextual. Así la pieza -sin importar
verdaderamente su escala- provoca mutantes climas sicológicos y niveles de
introspección. La luz -por instantes- se aloja en los vacíos y, en esos
momentos, la mirada queda detenida dialogando (con agilidad o contención) en la
pieza que expone también zonas llenas y rugosas.
Aquello que Gajardo trabaja a gran escala
en Muro de Luz, lo recupera en
pequeños formatos recientes. Además de provocar relaciones visuales entre lo
externo (espacio abierto) y lo interno (espacio contenido), incorpora al ojo
con un mayor protagonismo. Así, realidad física y existencial de la obra, se
cruzan ofreciendo lugar a imágenes propias del observador a quien aluden. Según
sea el caso, a plataformas misteriosas o vanos que señalan una cuidadosa y, a
veces, engañadora, espacialidad interna. A través de luces tamizadas y
detenidas en trozos de piedras injertadas con pigmentación diversa, se
consolidan también asociaciones simbólicas que producen la sentida sensación de
reposo. Esa realidad íntima, concentra la mirada, aunque si cambia el formato
al urbano, las mismas obras-altares-plataformas podrían motivar el movimiento
verdadero del cuerpo entre amplias e imaginadas terrazas que esperan pasos
humanos, o el transcurrir de aguas efímeras.
En estas recientes piezas únicas,
surgidas nuevamente desde una realidad modélica que puede evocar cápsulas,
semillas, naves espaciales, caramelos… el artista revaloriza cortes y uniones,
captura y rechaza el aire-luz, usa la versatilidad de las superficies,
contrasta la opacidad con el brillo e, incluso, acepta que elementos orgánicos
amansen esa austeridad espacial. Y, en una relación -incluso más armoniosa que
en las obras de gran formato ya emplazadas-, consigue afianzar un dinamismo
inesperado entre luz y penumbra, provocando vibraciones también corporales y
sicológicas, porque respondemos emocional e intelectualmente a los cambios de
intensidad lumínica.
La luz es tan importante como su
ausencia. Oscuridad e iluminación, espacio, superficie y otros aspectos
esbozados por el artista cuentan al tiempo de crear espacios para la escultura
y para la arquitectura. Con esa
incorporación razonada y expresiva de la luz, Vicente Gajardo proyecta una definición
más vital del espacio, porque sabe que sin ella nada sería visible y lo
tangible terminaría siendo solo un fantasma. Somos lo que vemos, también. Por
eso, quiérase o no, atendemos lo que impacta
internamente. La luz concede intensidad, pero -además- permite sentir y conocer
por medio de sus vibraciones físicas. Concentra en espacios recreados de reposo,
aquellos lugares (refugio, altar, guarida; rincón, patio, vestíbulo…) nunca
antes así experimentados y que terminan conviviendo adentro, en lo más profundo
y primitivo del ser, porque expanden el espíritu sin lógica alguna. D escubrir
esas significativas y reales modulaciones es tarea que impone el autor. Eso explica que
buscar el pensamiento visual y, también, humano del escultor José Vicente
Gajardo, sirva para tratar de comprender el sentido trascendente de imágenes
quietas.
Carolina
Abell Soffia
Santiago de
Chile, Septiembre de 2015.

Bueno Carolita, muy buen seguimiento al creador desde lo interno a lo externo de su obra. Largo andar junto a él.
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